Mostrando entradas con la etiqueta Rota y Fellini. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Rota y Fellini. Mostrar todas las entradas

domingo, 18 de diciembre de 2011

Capítulo 6: Nino Rota y Federico Fellini (1952-1978)



  • Nino Rota: 3 de diciembre de 1911 (Milán) - 10 de abril de 1979 (Roma).
  • Federico Fellini: 20 de enero de 1929 (Rímini) - 31 de octubre de 1993 (Roma).
Orquestador habitual: Nino Rota.

   En palabras de Federico Fellini, "(...) mi predilección por Rota como músico se basa en que le encuentro muy próximo a mis temas y a mis historias, y en que trabajamos juntos (no me refiero a los resultados sino al modo de trabajar) muy bien. No le sugiero los temas musicales porque no soy músico. Sin embargo, como tengo una idea bastante clara de la película que estoy haciendo, incluidos los detalles, el trabajo con Rota se efectúa exactamente igual que la elaboración del guion. Me pongo cerca del piano en el que se instala Nino y le digo exactamente lo que quiero. Naturalmente, no le dicto los temas; sólo puedo guiarle y decirle justamente lo que deseo. De todos los músicos que trabajan en el cine, él es, a mi parecer, el más humilde." Modestia, moderación, sencillez; términos que, como podría aplicar el propio Federico Fellini, caracterizan la obra musical de Nino Rota, un autor más allá de lo incidental. Su particular historia de amor comenzó en 1952 y concluyó en 1978, un año antes del fallecimiento del músico italiano. 26 años de historia viva del cine más puro y versátil, modelo perfecto que demuestra el carácter artístico del cine.
   La segunda película como realizador de Fellini fue Lo sceicco bianco (El jeque blanco) (1952), que ha pasado a los anales más que por su calidad, por ser la primera en su larga y fructífera colaboración con su compatriota Nino Rota, quien ya tenía una dilatada experiencia con más de diez años en la industria cinematográfica italiana. Lo sceicco bianco es una clara muestra de lo que con posterioridad Rota reiterará incansablemente en toda su filmografía con Fellini (de hecho es el referente temático de La strada), es decir, una melodía estrella de acentuado aire burlesco, muy cercana a lo bufo.
   Tras la película protagonizada por el gran Alberto Sordi, en 1953 se estrenó I vitelloni (Los inútiles), de nuevo protagonizada por el actor transalpino, y que hoy en día es considerada por gran parte de los expertos como uno de los filmes más influyentes de la carrera de Fellini (el periódico New York Magazine la considera incluso una de las 12 mejores películas de todos los tiempos). Rota aporta un score de tonalidades un tanto traviesas cuya sencillez consolida un argumento que combina con gran solidez el melodrama y la comedia, algo verdaderamente típico en el neorrealismo imperante a finales de los 40 y principios de los 50.
   Tras el paréntesis de L'amore in città (1953) (cuyo score fue compuesto por Mario Nascimbene), película codirigida por, entre otros, Fellini, Antonioni, Lattuada y Risi, auténticos maestros de la comedia italiana de posguerra, en 1954 las vidas de Nino Rota y Federico Fellini dieron un giro de 180 grados con La strada. La historia de la dulce e ingenua Gelsomina (Giulietta Masina), vendida por su madre al titiritero Zampano (Anthony Quinn) por unas míseras 10,000 liras, sirve de excusa para relatar una Italia llena de personajes deprimentes cuya pobreza no es más que el triste reflejo de una realidad que no pueden esquivar. La música va sin cesar de lo neorromántico a lo lúdico, formando un sólido conjunto armónico que imprime a la sórdida historia de un aire aún más melancólico si cabe.
   Con Il bidone (Almas sin conciencia) (1955) Fellini vuelve a utilizar a actores norteamericanos como protagonistas, en esta ocasión Broderick Crawford y Richard Basehart, secundados de nuevo por su esposa en la vida real, Giulietta Masina. En la película tres estafadores de poca monta preparan un golpe tomando como ilusas víctimas a unas humildes campesinas, y tan pintoresco argumento no podía tener mejor tejedor de melodías que Rota, quien persiste en su afán de subrayar la acción mediante una música sencilla que juega constantemente con el componente sarcástico.
   En Le notti di Cabiria (Las noches de Cabiria) (1957) Masina interpreta a una cándida prostituta que, en su ingenuidad, busca al hombre perfecto que la libere de las calles de Roma. Fellini realiza un retrato despiadado de una ciudad alejada de la compasión, y Rota, por su parte, se adentra en el melodrama social incidiendo en la dualidad entre música ligera (que describe el lado más amable de lo cotidiano) y nostálgica (centrada en el empleo de melodías de profunda tristeza).




   Tres años después, en 1960, se produce el estreno de una de las películas más polémicas de Fellini: La dolce vita. Un trío de ases como Mastroianni, Ekberg y Aimée conforman el plantel protagonista de una historia que se sitúa, paradójicamente, en el lado opuesto de Le notti di Cabiria: una Roma de luces y estrellas, pero de trasfondo crepuscular y oscuro. La partitura recorre la ciudad inmortal a ritmo de jazz, apasionado y cálido, pero abatido en el fondo por su deseo de mostrar un mundo lleno de hipocresía y superficialidad.
   En 1962 Rota y Fellini continúan su relación de amor inseparable con Boccaccio '70, pero en esta ocasión acompañando también al músico los realizadores Vittorio de Sica, Mario Monicelli y Luchino Visconti. El filme está estructurado en cuatro episodios, cada uno de ellos adaptando historias de Boccaccio. El segmento de Fellini, Le tentazzioni del dottor Antonio, presenta al doctor Antonio Mazzuolo, escandalizado por un cartel de publicidad. Anita Ekberg retoma en cierta forma su papel de La dolce vita, y Rota su metódica obsesión por los temas alegres y jocosos, muy cercanos a lo circense, en un intento de suavizar mediante la levedad el fondo dramático. 
   En Fellini otto mezzo (Fellini 8 1/2) (1963) el director italiano se introduce en el tema del cine dentro del cine de la mano de su álter ego Guido Anselmi, interpretado por su actor fetiche, Marcello Mastroianni, quien se ve desbordado ante la presión que supone su nueva producción. La música hace hincapié en su tradicional y recurrente idea de mostrar, a través de una apariencia arbitraria, lo caprichoso del mundo de la farándula. Fellini otto mezzo juega además con el empleo de motivos ligeros que provocan una cercanía con el espectador, reafirmando una línea estilística que refuerza lo caricaturesco.
   Al cerrar los ojos y escuchar las creaciones de Rota, a la vez que se respiran las imágenes de todas sus películas, es una experiencia que muy pocos compositores han conseguido transmitir a lo largo de la historia del cine. En Giulietta degli spiriti (Giulietta de los espíritus) (1965) ese aliento melódico se manifiesta de manera aún más clara, pues todos sus temas, pese a la inevitable sensación de déjà vu, se desarrollan en una ambientación de refinada sobriedad; y una vez más un jazz a ritmo de dulce y acompasado swing aporta ese peculiar aroma de melancolía y belleza.
   En 1968, al igual que en Boccaccio '70, Fellini repitió la experiencia de rodar un episodio dentro de una película compartida, en esta ocasión Histoires extraordinaires y el capítulo Toby Dammit, en el que un jovencísimo Terence Stamp interpreta a una arrogante y caprichosa estrella del cine inglés. Un nuevo paso por el mundo del arte dentro del arte al que Rota sazona con su sardónica visión musical. Es una banda sonora muy del gusto de la década en la que pop y jazz se fusionan en un cóctel que confirma la pasión de Rota por los juegos tonales.
   Fellini - Satyricon (Fellini Satiricón) (1969) supone un radical giro en términos musicales y cinematográficos. Director y músico hacen gala en esta singular ocasión de una capacidad de adaptación al modelo histórico en el que se basa el filme: la obra del escritor clásico romano Gaius Petronius Arbiter. Atrás quedan los motivos enfáticamente juguetones, centrándose la partitura en el dibujo de una Roma surrealistamente dramática. Así, texturas alejadas de lo terso, pero sin querer acercarse al subrayado lóbrego, caracterizan una banda sonora a contracorriente y sutilmente atonal.
   Un año después de su viaje a las raíces de su Italia natal, Fellini retoma su atracción por el mundo del circo, en esta ocasión en una peculiar cinta producida para la televisión: I clowns (Los clowns) (1970). Cual equilibrista o contorsionista, pero, sobre todo, cual payaso enamorado de su profesión, Rota compone un score festivo y jubiloso en el que no tiene cabida lo mortecino. Una pequeña joya dentro de un género inclasificable: la música circense.
   El siguiente proyecto puede, y debe, ser tildado de capricho magistral: Roma (1972). Fellini realiza un nuevo poema cinematográfico cuya estrella vuelve a ser la ciudad inmortal, retratada desde lo impresionista y sin argumento que desarrolle la acción, Roma constituye una nueva muestra del talento de un director obsesionado por la innovación. La banda sonora huye de lo original pero conscientemente, como queriendo rendir un emocionado homenaje a toda la filmografía anterior de Fellini, en una emotiva y arrebatada ofrenda musical. 
   Amarcord (1973) es, posiblemente, la película más emblemática de Federico Fellini. Ambientada en una villa costera en los años 30, es una irrepetible fantasía cómica plena de luz y color en la que, una vez más, el mundo del séptimo arte sirve de excusa al maestro italiano para mostrar sus inquietudes tan próximas a lo surrealista. Nino Rota nos ofrece, como no podía ser de otra manera, una de sus obras cumbre, y su célebre tema central ha pasado a ser su melodía más reconocida junto con la escrita para The godfather. Música nostálgica y evocadora de una realidad idílica cuya principal virtud es la de plasmar un mundo bucólico lleno de personajes variopintos y notablemente pintorescos.
   El penúltimo proyecto de Rota y Fellini fue Il Casanova (Casanova) (1976). La historia del libertino Giacomo Casanova, quien recuerda próximo a la muerte, y desde la más melancólica soledad, una vida llena de amores y aventuras en la Europa del siglo XVIII, es ilustrada por el delicado pentagrama de Rota a través de un minucioso lenguaje expresivo cuyo máximo exponente es la creación de una atmósfera a medio camino entre lo cerebral y lo voluptuoso.
   Prova d'orchestra (Ensayo de orquesta) (1978) supone el punto y final a la colaboración entre Fellini y Rota. 26 años en los que las luces se han impuesto siempre a las sombras. Prova d'orchestra se erige como un réquiem cuya emotividad supera al propio filme. El músico milanés recupera su neorromanticismo de los años 60 en un conjunto temático de radiante belleza que supone un broche de oro a una carrera de majestuosa delicadeza.